Día a día se hace más patente que la casa construida por la
civilización occidental se nos ha vuelto prisión, laberinto sangriento,
matadero colectivo. No es extraño, por tanto, que pongamos en entre dicho a la
realidad y que busquemos una salida. El surrealismo no pretende otra cosa: es
un poner en radical entre dicho a lo que hasta ahora ha sido considerado
inmutable por nuestra sociedad, tanto como una desesperada tentativa por
encontrar la vía de salida. No, ciertamente, en busca de la salvación, sino de
la verdadera vida. Al mundo de “robots” de la sociedad contemporánea el
surrealismo opone los fantasmas del deseo, dispuestos siempre a encarnar en un
rostro de mujer….
Existía entonces sólo lo cotidiano: la moral del trabajo, el
“ganarás el pan con el sudor de tu frente”, el mundo sólido del humanismo
clásico y de la prodigiosa ciencia atómica.
Pero el cadáver estaba vivo, tan vivo, que ha saltado de su
fosa y se ha representado de nuevo ante
nosotros, con su misma cara terrible e inocente, cara de tormenta súbita, cara
de incendio, cara y figura del hada en medio del bosque encantado. Seguir a esa
muchacha que sonríe y delira, internarse con ella en las profundidades de la
espesura verde y oro, en donde cada árbol es una columna viviente que canta, es
volver a la infancia. Seguir ese llamado es partir a la reconquista de los
poderes infantiles. Esos poderes –más grandes quizá quelos de nuestra ciencia
orgullosa- viven intactos en cada uno de nosotros. No son un tesoro escondido,
sino la misteriosa fuerza que hace de la gota de rocío un diamante y del
diamante el zapato de cenicienta. Constituyen nuestra manera propia de ver y se llaman: imaginación y deseo. El hombre
es un ser que imagina y su razón misma no es sino una de las formas de ese
continuo imaginar. En su esencia, imaginar es ir más allá de sí mismo,
proyectarse, continuo trascenderse. Ser que imagina porque desea, el hombre es
el ser capaz de transformar el universo
entero en imagen de su deseo. Y por esto es un ser amoroso, sediento de una
presencia que es la viva imagen, la encarnación de un sueño…. El surrealismo es
una actitud del espíritu humano. Acaso la más antigua y constante, la más
poderosa y secreta.
En Arcano 17, André Breton habla de una estrella que hace
palidecer a las otras: el lucero de la mañana, Lucifer, ángel de la rebelión. Su
luz la forman tres elementos: la libertad, el amor y la poesía. Cada uno de
ellos se refleja en los otros dos, como tres astros que cruzan sus rayos para
formar una estrella única. Así, hablar de la libertad será hablar de la poesía
y del amor. Movimiento de rebelión total, nacido de Dadá y su gran
sacudimiento, el surrealismo se proclama como una actividad destructora que
quiere hacer tabla rasa con los valores de la civilización racionalista y
cristiana. A diferencia del dadaísmo es también una empresa revolucionaria que
aspira a transformar la realidad y, así, obligarla a ser ella misma…
Para nosotros el mundo real es un conjunto de objetos o
entes. Antes de la edad moderna, ese mundo estaba dotado de una cierta
intencionalidad, atravesado, por decirlo así, por la voluntad de Dios. Los
hombres, la naturaleza y las cosas mismas estaban impregnadas de algo que las
trascendía… la idea de utilidad –que no es sino una degradación moderna de la
noción de bien- impregnó después nuestra idea de realidad. Los entes y objetos
que constituyen el mundo se nos han vuelto cosas útiles, inservibles o nocivas.
Nada escapa a esta idea del mundo como un vasto utensilio: ni la naturaleza, ni
los hombres, ni la mujer misma; todo es un para…, todos somos instrumentos. Y
aquellos que en lo alto de la pirámide social manejan esta enorme y ruidosa
maquinaria, también son utensilios, también son herramientas que se mueven
maquinalmente. El mundo se ha convertido en una gigantesca máquina que gira en
el vacío, alimentándose sin cesar de su detritus. Pues bien, el surrealismo se
rehúsa a ver el mundo como un conjunto de cosas buenas y malas, unas henchidas
del ser divino y otras roídas por la nada; de ahí su anticristianismo.
Asimismo, se niega a ver la realidad como un conglomerado de cosas útiles o
nocivas; de ahí su anticapitalismo. Las ideas de moral y utilidad le son
extranjeras. Finalmente, tampoco considera al mundo a la manera del hombre de
ciencia puro, es decir, como un objeto o grupo de objetos desnudos de todo
valor, desprendidos del espectador. Nunca es posible ver el objeto en sí:
siempre está iluminado por el ojo que lo mira, siempre está moldeado por la
mano que lo acaricia, lo oprime o lo empuña….. y así se inicia una vasta
transformación de la realidad. Hijo del deseo, nace el objeto surrealista: la
asamblea de montes es otra vez cena de gigantes, las manchas de la pared cobran
vida, se hechan a volar y son un ejército de aves que con sus picos terribles
desgarran el vientre de la hermosa encadenada.
Las imágenes del sueño proporcionan ciertos arquetipos para
esta subversión de la realidad. Y no sólo las del sueño; otros estados análogos
desde la locura hasta el ensueño diurno, provocan rupturas y acomodaciones de
nuestra visión de lo real…su propósito es subversivo: abolir esta realidad que
una civilización vacilante nos ha impuesto como la sola y única verdadera….